30 de abril | Devocional: Hijos e Hijas de Dios | De fugitivo a príncipe de Dios
«Y el hombre dijo: “Tu nombre ya no será Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».Génesis 32: 27-28, RVC
AQUELLA NOCHE, JACOB, el hijo consentido en exceso por su madre, experimentó el nuevo nacimiento, y llegó a ser un hijo de Dios. Desanimado como estaba, consideró como lo más precioso la luz que había recibido, y la dura piedra sobre la cual descansaba su cabeza le resultó la más deseable de todas sobre las que él se había reclinado (Gén. 28: 11).— Manuscrito 85, 1908.
¡Se sentía completamente feliz! Era consciente de que acababa de recibir un mensaje de Dios. Y nadie que haya recibido luz del trono celestial puede resistirse a agradecérselo, con un corazón rebosante de alabanzas y loores, a Dios, el Señor del universo.— Manuscrito 29, no fechado.
En la crisis suprema de su vida, Jacob se apartó para orar. Lo dominaba un solo propósito: buscar la transformación de su carácter. Pero mientras suplicaba a Dios, un enemigo, según le pareció, puso sobre él su mano, y toda la noche luchó por su vida. Pero ni aun el peligro de perder la vida alteró el propósito de su alma.
Cuando, casi agotadas sus fuerzas, ejerció el Ángel su poder divino, a su toque supo Jacob con quién había luchado. Herido e impotente, cayó sobre el pecho del Salvador, rogando que lo bendijera. No pudo ser desviado ni interrumpido en su ruego y Cristo concedió el pedido de aquella alma débil y penitente, conforme a su promesa: «¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo» (Isa. 27: 5, RVA).
Jacob alegó con espíritu determinado: «No te dejaré, si no me bendices» (Gén. 32: 26). Este espíritu de persistencia fue inspirado por Aquel con quien luchaba el patriarca. Fue él también quien le dio la victoria y cambió su nombre, Jacob, por el de Israel, diciendo: «Porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido» (vers. 28).
Por medio de la entrega del yo y la fe imperturbable, Jacob ganó aquello por lo cual había luchado en vano con sus propias fuerzas.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 6, pp. 218-219.
DEVOCIONAL HIJOS E HIJAS DE DIOS
Elena G. de White
(1538)