5 de julio 2025 | Devoción Matutina para Damas 2025 | Jesús y las fiestas
«Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Capernaúm» (Juan 4: 46).
Todos tenemos familiares, amigos, vecinos y compañeros de escuela o de trabajo que profesan una fe distinta de la nuestra y, por consiguiente, tienen maneras diferentes de divertirse. ¿Habríamos de rechazar sus invitaciones a reuniones familiares y privarnos de su compañía?
Los judíos que ostentaban cargos importantes en las sinagogas vivían alejados de los gentiles, y aun de su propio pueblo, con el fin de no contaminarse con lo «inmundo» y así mantener puros sus ritos y tradiciones. Nunca trataban de beneficiar al prójimo ni de hacer amigos. Pero, claramente, ese no era el estilo de relaciones interpersonales que Jesús tuvo en su paso por nuestro planeta, pues él vino a buscar a los perdidos y los perdidos eran precisamente los pecadores. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo.
¿Para quién sería útil el evangelio si solo nos relacionáramos con personas que hemos catalogado como de nuestro mismo nivel de religiosidad?
En una ocasión, al regresar Jesús a Caná de Galilea, muchas personas se acercaron a él, pues reconocieron al amigo que habían conocido en una fiesta hacía unos meses atrás. Jesús había sido invitado a una boda precisamente porque José y María eran parientes de los novios. Un oficial del rey que estaba viviendo en ese momento en Caná tenía en Capernaúm a su hijo muy enfermo, a punto de morir. Por la manera de conducirse de Jesús, este oficial creyó en él, y el milagro de la vida fue concedido a su hijo.
No se trata de que nos otorguemos una concesión para asistir a fiestas donde la presencia de Jesús no es bien recibida. Sería ilógico y tramposo pensar que puedo ir a una discoteca o a un bar porque quiero mostrar el amor de Dios a mis amigos que no saben divertirse de otra manera. Se trata de ser más como Jesús en los ambientes familiares y menos como los dirigentes religiosos de su época.
Haz que tu presencia se note de manera que los que no conocen a Jesús quieran saber de él. Haz de tu presencia la gran oportunidad para ser una digna embajadora de la patria celestial. Recuerda que eres el sabor del evangelio y la conservadora/preservadora del evangelio (como mencionamos ayer), pero para que cumplas tu objetivo, no puedes estar solamente dentro de tu tarrito de sal.
Posdata: Feliz de convivir sanamente con los demás.
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