10 de diciembre | Ser Semejante a Jesús | Elena G. de White | La humanidad, aliada con la deidad, puede guardar la ley

Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Mateo 3:13-15.

Al cumplir “toda justicia”, Cristo no llevó la justicia a un fin. Cumplió todas las exigencias de Dios en arrepentimiento, fe y bautismo, los pasos en la gracia en la conversión genuina. En su humanidad, Cristo colmó la medida de las exigencias de la ley. Fue la cabeza de la humanidad, su sustituto y garante. Los seres humanos, al unir su debilidad a la naturaleza divina de Cristo, pueden llegar a ser participantes de su carácter.
Cristo vino para dar un ejemplo de perfecta conformidad con la ley de Dios, tal como se requiere de todos, desde Adán, el primer hombre, hasta la última persona que viva en la tierra. Declaró que su misión no consistía en destruir la ley sino en cumplirla mediante una perfecta y cabal obediencia.
De esa manera, la magnificó y engrandeció. Por medio de su vida manifestó su naturaleza espiritual. A la vista de los seres celestiales, de los mundos que no han caído y de un mundo desobediente, desagradecido e impío, él cumplió los abarcantes principios de la ley. Vino para demostrar el hecho de que la humanidad, aliada por la fe viviente con la Deidad, puede guardar los mandamientos de Dios.
Las ofrendas simbólicas señalaban a Cristo, y cuando se hizo el sacrificio perfecto, las ofrendas por los sacrificios ya no eran más aceptables para Dios. El tipo se encontró con el antitipo en la muerte del unigénito Hijo de Dios. Vino para poner en claro el carácter inmutable de la ley de Dios, para declarar que la obediencia y la transgresión nunca serán premiadas por Dios con la vida eterna.
Vino como hombre a la humanidad, para que ésta pudiera tocar la humanidad.
Pero en ningún caso vino para disminuir la obligación de los mortales de ser perfectamente obedientes. No destruyó la validez de las Escrituras del Antiguo Testamento. Cumplió lo que había sido predicho por Dios mismo. Vino, no para liberar a los seres humanos de los requerimientos de la ley, sino para abrir un camino por medio del cual pudieran obedecer esa ley y enseñar a otros a hacer lo mismo.—Manuscript Releases, 292, 293.

DEVOCIONAL: SER SEMEJANTE A JESÚS
Elena G. de White

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