26 de enero 2025 | Devoción Matutina para Damas 2025 | Es mejor confesar e iniciar el tratamiento
«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos […]; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará» (1 Juan 1:8-9).
Esa mañana, Juana descubrió una mancha blanca en su brazo derecho. Sabía lo que significaba, y debía presentarse de inmediato ante el sacerdote. Pero decidió esperar un poco más. Pensó que quizás se trataba de otra enfermedad y que podía permanecer en casa con sus hijos y su esposo, a quienes tanto amaba. Pero, con el paso de los días, las manchas fueron apareciendo en otras partes de su cuerpo, hasta que fue imposible esconderlas. Era lepra. Debía alejarse de su familia. ¡Cuánto dolor le causó despedirse de sus pequeños, a quienes nunca más volvió a ver!
Me atrevo a pensar que existieron mujeres leprosas, pues la Biblia registra que hubo hombres leprosos. Es por este motivo que he relatado la historia de Juana, un personaje que, por supuesto, es fruto de mi imaginación. La lepra, en los tiempos bíblicos, no tenía cura y era la peor maldición que se podía padecer. Avanzaba lentamente y, aunque en un principio podía esconderse, no por mucho tiempo. Las manchas se convertían en llagas que ulceraban desde dentro el tejido nervioso y daban al afectado un aspecto y un olor repugnantes.
El último domingo de enero de cada año ha sido nombrado por la ONU como el Día Mundial contra la Lepra. Aunque parezca insólito, aún hay lugares en el mundo, sobre todo en aquellos con extrema pobreza, donde esta enfermedad persiste. La buena noticia es que existe un tratamiento eficaz para tratarla, por cierto creado y desarrollado por una mujer: Alice Ball. ¡¡¡Y se otorga de manera gratuita!!!
La lepra es comparada con el pecado. El pecado se presenta como una mancha en la mente del pecador, que piensa que puede esconderlo. Poco a poco, ese pensamiento pecaminoso va creciendo, hasta convertirse en una acción que trae como consecuencia desintegración familiar y pérdida de valores. El pecado no nace de la noche a la mañana, lleva un proceso en el que el pecador va cediendo su voluntad al enemigo hasta que el pecado duele, lastima y apesta. La buena noticia es que, al ir a presentarnos ante nuestro Sumo Sacerdote, Cristo Jesús, él nos da un tratamiento para nuestro pecado, pues él creó y desarrolló la cura ¡¡¡y nos la otorga de manera gratuita!!!
No importa cuán podrida esté la llaga que ha causado el pecado en tu vida, hoy puedes iniciar el tratamiento con Jesús. Es efectivo, pues la sangre de Cristo no falla.
Posdata: Feliz por su sangre.
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