15 de julio | Devocional: Alza tus ojos | Santifiquen para Dios el don del habla

Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. Mateo 12:37.

Todos sabemos cuánto daño puede hacer una lengua indisciplinada si se la deja suelta. Los que se han reunido en la iglesia se han obligado a sí mismos, por su unión a ella, a mantener fuera de su manera de ser la conversación maliciosa. Es el deber de quienes ocupan puestos de responsabilidad en la iglesia vigilar de cerca este asunto para cuidar que el orden y la armonía sean preservados en ella…

Como iglesia deben ubicarse donde puedan representar el carácter de Cristo ante el mundo. Deben situarse donde puedan edificarse mutuamente en la fe más santa. Nunca han de destrozarse unos a otros, pues estarían realizando la obra de Satanás. Día a día deben ayudarse mutuamente a crecer hasta la perfecta estatura de hombres y mujeres en Cristo. De este modo cierran la puerta al enemigo. El poder del habla es un gran talento para bendecir a otros o una gran maldición para causar disensión y rivalidad.

El que vive al acecho de los defectos de éste y de aquél, está descuidando su propia alma preciosa. Y los que permiten que alguien lleve adelante su obra anticristiana sin reprenderlos, son responsables ante Dios de agravio a sus hermanos.

¿Podemos esperar que la bendición del Señor descanse sobre una iglesia cuando sus miembros están alimentando enconos entre sí?… Aquellos en cuyos corazones mora Cristo mostrarán en sus vidas el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe. Quienes estén dominados por el enemigo estarán llenos de envidia, contienda, malicia y conjeturas perversas.

Si una de esas personas de quien se hablan palabras crueles estuviera esta noche en el lecho de muerte, qué diferentes serían las palabras que se pronunciarían de él. Cuán a menudo es este el caso: mientras una persona está viva y podría ser bendecida por palabras amables, se dicen cosas desagradables y amargas de él. Pero cuando su obra ha concluido y sus manos están entrelazadas en la muerte, se lo alaba con palabras de amor y reconocimiento. Pero éstas descienden a oídos que ya no escuchan. Se dirigen a corazones que ya no pueden ser consolados. ¡Es demasiado tarde! Oh, si algunas de estas palabras de amor se hubieran pronunciado en vida, cuánto mejor habría sido…

Dios desea que su pueblo tenga en sus hogares toda la paz, el gozo y el amor que es posible poseer. El amor que introduzcan en ellos será el que introduzcan en la iglesia. Mis hermanos, mis hermanas, pueden traer la paz del cielo al hogar y a la iglesia, si santifican a Dios el talento del habla.—Manuscrito 26, del 15 de julio de 1886,  “Habladuría maliciosa”, un sermón predicado en Oslo, Noruega.

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DEVOCIONAL

ALZA TUS OJOS

Elena G. de White

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