8 de agosto | Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | Justificados por su sangre

«Pues bien, Dios nos ha dado la mayor prueba de su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores. Pues ahora que, por la muerte de Cristo, Dios nos ha restablecido en su amistad, con mayor razón por el mismo Cristo nos librará del castigo». Romanos 5: 8-9, LPH

CRISTO HA HECHO RECONCILIACIÓN por el pecado, y ha llevado toda su ignominia, vergüenza y castigo; y no obstante llevar todo el pecado, ha traído justicia eterna, de manera que el creyente comparece sin mancha delante de Dios. […]

Sin embargo, hay muchos que pretenden ser hijos de Dios, cuya esperanza reposa en otros factores y no únicamente en la sangre de Cristo. Cuando se los insta a depositar su fe solamente en Cristo como un Salvador perfecto, muchos demuestran que confían en que pueden hacer algo de sí mismos para salvarse. Dicen: «Tengo mucho que hacer antes de estar listo para ir a Cristo». Otros dicen: «Cuando haga todo lo que esté de mi parte, hasta el extremo, entonces el Señor Jesús vendrá en mi ayuda». Se imaginan que tienen mucho que hacer por sí mismos para salvar su vida, y que Jesús vendrá y completará lo que falta, dándole el toque final a su salvación. Estas pobres almas no serán fuertes en Dios hasta que acepten plenamente a Cristo como su Salvador. No pueden añadirle nada a la salvación que él otorga.

Se requería de los israelitas que rociaran los dinteles de las puertas con la sangre del cordero inmolado, a fin de que cuando el ángel de la muerte pasara por ese lugar, pudieran escapar de la destrucción. Pero si en vez de llevar a cabo este acto de fe y obediencia, hubieran atrancado la puerta, y hubieran tomado toda clase de precauciones para impedir que entrara el ángel destructor, todos sus esfuerzos hubieran sido en vano, y hubieran dado testimonio de su incredulidad. Bastaba que se viera la sangre en los marcos de las puertas.— The Youth’s Instructor, 6 de diciembre de 1894-

DEVOCIONAL ADVENTISTA

HIJOS E HIJAS DE DIOS

Elena G. de White

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