7 de noviembre 2020 | Devoción Matutina para Jóvenes | Jefferson Davis
Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. Hebreos 5:8.
¿Nunca te has preguntado por qué Dios permite que hagamos nuestra propia voluntad, aun cuando sabe que el resultado será desastroso? Con frecuencia, es la única manera de aprender las lecciones que nos quiere enseñar. Casi siempre, la experiencia es el mejor aliado del hombre.
Por ejemplo, tomemos a Jeff Davis, de diez años de edad, quien llegaría a ser el presidente Davis de la Confederación. Un día, volvió a casa de la escuela antes del mediodía, y buscó a su padre. Estaba cosechando algodón.
– ¿Por qué tan temprano hoy? -preguntó el padre.
Se sentó sobre el saco de algodón y se secó el sudor de la frente con un pañuelo.
-He abandonado la escuela, padre. Tuve una fuerte discusión con el director y no pienso regresar.
-Ya veo -dijo el Sr. Davis serenamente-. Respetaré tu decisión. Sin embargo, nadie en esta plantación puede estar ocioso. Siendo que has decidido no trabajar con la mente, debes trabajar con las manos. Ve por un saco, ¡y a trabajar!
– ¡Vaya que es divertido! -dijo Jeff-, Es mucho mejor que asistir a la escuela todo el día.
Sin embargo, antes del anochecer había disminuido notablemente su entusiasmo. Le dolía la espalda y no aguantaba los dedos. Cayó exhausto en la cama y se quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente, su papá lo despertó cuando todavía estaba oscuro:
-Levántate, Jeff. Debemos estar en el campo al amanecer.
Jeff se frotó los ojos y se obligó a sí mismo a vestirse a la luz de una vela. Se arrastró hasta la cocina para desayunar. Luego se dirigió al campo para comenzar a recoger algodón en el momento en que el sol aparecía en el horizonte.
-Ve a descansar un rato debajo de ese árbol – le dijo el Sr. Davis a su hijo al mediodía-. Pareciera que te vas a desmayar.
-No, seguiré trabajando… -respondió Jeff- Pero mañana volveré a la escuela.
Soltando el saco de algodón, el Sr. Davis corrió hacia su hijo y lo abrazó.
-¡Gracias a Dios, hijo! Has aprendido la lección que esperaba que aprendieras. Espero que jamás la olvides.
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