7 de agosto | Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | La sangre expiatoria de Cristo

« Y no solo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación». Romanos 5: 11, RVC

GRACIAS A DIOS que quien derramó su sangre por nosotros vive para suplicar en nuestro favor, para hacer intercesión por todo aquel que lo acepta: «Si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1: 9, TLA). La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. […]

Siempre debiéramos recordar la eficacia de la sangre de Jesús. La sangre purificadera y sustentadora de la vida, aceptada mediante fe viviente, es nuestra esperanza. Nuestro aprecio por su inestimable valor debiera crecer, porque habla en favor nuestro solamente cuando clamamos por fe su virtud, si tenemos la conciencia limpia y estamos en paz con Dios. Nos es presentada como la sangre perdonadora, inseparablemente relacionada con la resurrección y la vida de nuestro Redentor, ilustrada por la corriente ininterrumpida que procede del trono de Dios, el agua del río de la vida.— Carta 87, 1894.

Necesitamos tener libre acceso a la sangre expiatoria de Cristo. Hemos de considerarlo el privilegio más grande, la más sublime bendición concedida jamás al pecador. […] Cuán profunda, cuán ancha y cuán continua es esta corriente. Para toda alma sedienta de santidad hay reposo, descanso y la vivificadora influencia del Espíritu Santo, y después el santo, pacífico y feliz caminar en íntima comunión con Cristo. Entonces, y solo entonces, podremos decir con plena comprensión juntamente con Juan: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1: 29).— Carta 87, 1894 (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1125).

DEVOCIONAL ADVENTISTA

HIJOS E HIJAS DE DIOS

Elena G. de White

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