6 de julio 2025 | Devoción Matutina para Adultos 2025 | Si quieres, puedes limpiarme
JULIO: COLABORANDO POR UN MUNDO MEJOR
«En esto se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme»» (Mateo 8: 2).
Este leproso tiene prohibido asomarse al mundo de los sanos, del que se sabe excluido definitivamente. Al rechazo social y al tormento de perder su carne a pedazos, se une el sufrimiento moral de creer, con la gente de su entorno, que su lepra es una maldición divina. Pero no puede reprimir el deseo de sentirse acogido, un día, por el amor de un ser querido. Por eso espía cada mañana, junto al camino, el paso del nuevo maestro, del que se cuentan milagros. Cuando lo reconoce al llegar, no puede reprimir sus impulsos y se lanza a su encuentro.
Entonces ocurre lo terrible y lo previsible: con un grito, todos los presentes, espantados, se apartan. Todos menos Jesús que, en vez de huir, se acerca.
Se diría que el Maestro anda buscando el contacto con los que todos consideran más alejados de Dios, los más perdidos, los damnificados de la vida, los olvidados, los proscritos, incluso los que menos cumplen las normas de la sociedad, los rechazados, tanto si son responsables de su discriminación como si no. Gente marginada por ser peligrosa o porque da miedo. En el fondo, es igual, el resultado es el mismo.
Jesús reconoce su necesidad. Quien comprende la profunda dependencia del ciego, la constante prisión del paralítico, la miseria de quienes malvenden su cuerpo, comprende muy bien la tragedia del leproso que, consciente de la repugnancia que inspira, se limita a decir humildemente: «Si quieres, puedes limpiarme».
Pero no lo dice como si la cuestión de su curación dependiera de la voluntad del Maestro, porque ha oído afirmar que el Nazareno quiere que nos curemos de todos nuestros males. Con su propia voluntad, lo que este quiere decir es: «Deseo que me cures, aunque sé que no te puedo exigir nada».
Entonces el Maestro hace algo mucho más bello que sanarlo: extiende su mano y toca sin miedo al intocable. El gesto es tan insólito que los tres Evangelios sinópticos lo mencionan en idénticos términos: «Jesús […] lo tocó» (Mat. 8: 3; Mar. 1: 41; Luc. 5: 13).
Señor, sé que la lepra del pecado también me ensucia, de diversas formas. Necesito tu toque sanador. Gracias por tu amor.
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