4 de noviembre | Devocional: Exaltad a Jesús | La obra intercesora actual de Cristo
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Mateo 28:18.
En una montaña de Galilea se realizó una reunión, en la cual se congregaron todos los creyentes que pudieron ser llamados. De esta reunión, Cristo mismo había designado, antes de su muerte, la fecha y el lugar…
Al momento fijado, como quinientos creyentes se habían reunido en grupitos en la ladera de la montaña, ansiosos de aprender todo lo que pudieran de los que habían visto a Cristo desde su resurrección. De un grupo a otro iban los discípulos, contando todo lo que habían visto y oído de Jesús, y razonando de las Escrituras como él lo había hecho con ellos. Tomás relataba la historia de su incredulidad y contaba cómo sus dudas se habían disipado. De repente Jesús se presentó en medio de ellos. Nadie podía decir de dónde ni cómo había venido. Nunca antes le habían visto muchos de los presentes, pero en sus manos y sus pies contemplaban las señales de la crucifixión; su semblante era como el rostro de Dios, y cuando lo vieron, le adoraron.
Pero algunos dudaban. Siempre será así. Hay quienes encuentran difícil ejercer fe y se colocan del lado de la duda. Los tales pierden mucho por causa de su incredulidad.
Esta fue la única entrevista que Jesús tuvo con muchos de los creyentes después de su resurrección. Vino y les habló diciendo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Los discípulos le habían adorado antes que hablase, pero sus palabras, al caer de labios que habían sido cerrados por la muerte, los conmovían con un poder singular. Era ahora el Salvador resucitado. Muchos de ellos le habían visto ejercer su poder sanando a los enfermos y dominando a los agentes satánicos. Creían que poseía poder para establecer su reino en Jerusalén, poder para apagar toda oposición, poder sobre los elementos de la naturaleza. Había calmado las airadas aguas; había andado sobre las ondas coronadas de espuma; había resucitado a los muertos. Ahora declaró que “toda potestad” le era dada. Sus palabras elevaron los espíritus de sus oyentes por encima de las cosas terrenales y temporales hasta las celestiales y eternas. Les infundieron el más alto concepto de su dignidad y gloria.
Las palabras que pronunciara Cristo en la ladera de la montaña eran el anunció de que su sacrificio en favor del hombre era definitivo y completo. Las condiciones de la expiación habían sido cumplidas; la obra para la cual había venido a este mundo se había realizado. Se dirigía al trono de Dios, para ser honrado por los ángeles, principados y potestades. Había iniciado su obra de mediación. Revestido de autoridad ilimitada, dio su mandato a los discípulos: “Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones”.—El Deseado de Todas las Gentes, 757-758.
DEVOCIONAL: EXALTAD A JESÚS
Elena G. de White
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