30 de Octubre | Exaltad a Jesús | Elena G. de White | Un poder proveniente de Dios, no del yo

Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. 2 Timoteo 1:12.

Para algunos de los circunstantes fue sabor de vida para vida el contemplar su [de Pablo] martirio, su espíritu de perdón para con los verdugos y su inquebrantable confianza en Cristo hasta el último momento…

Hasta la última hora, la vida del apóstol testificó de la verdad de sus palabras a los corintios: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Tenemos empero este tesoro en vasos de barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no de nosotros; estando atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperamos; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas no perecemos; llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos”. 2 Corintios 4:6-10. Su suficiencia no estaba en él mismo, sino en la presencia e influencia del Espíritu divino que llenaba su alma y sometía todo pensamiento a la voluntad de Cristo. El profeta declara: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado”. Isaías 26:3. La paz celestial manifestada en el rostro de Pablo ganó muchas personas para el Evangelio.

Pablo llevaba consigo el ambiente del cielo. Todos cuantos le trataban sentían la influencia de su unión con Cristo. Daba mayor valía a su predicación la circunstancia de que sus obras estaban de acuerdo con sus palabras. En esto consiste el poder de la verdad. La impremeditada e inconsciente influencia de una vida santa, es el más convincente sermón que puede predicarse en favor del cristianismo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean, no provoquen más que oposición; pero un ejemplo piadoso entraña fuerza irresistible… Procuró fortalecer y alentar a los pocos cristianos que le acompañaron al lugar de la ejecución repitiéndoles las promesas dadas a los que padecen persecución por su amor a la justicia. Les aseguró que nada de cuanto el Señor había dicho respecto a sus atribulados y fieles hijos dejaría de cumplirse… Pronto acabaría la noche de prueba y sufrimiento, y alborearía la alegre mañana del día de perfecta paz.

El apóstol contemplaba el gran más allá, no con temor e incertidumbre, sino con gozosa esperanza y anhelosa expectación…

Redimido Pablo por el sacrificio de Cristo, lavado del pecado en su sangre y revestido de su justicia, tenía en sí mismo el testimonio de que su alma era preciosa a la vista de su Redentor.—Los Hechos de los Apóstoles, 406-408.

DEVOCIONAL EXALTAD A JESÚS

Elena G. de White

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