30 de agosto | Una religión radiante | Elena G. de White | El pecador no es feliz en la presencia de Dios
«¿Qué esperanza habrá para el impío cuando Dios le quite la vida? […] Pues él no encuentra su alegría en el Todopoderoso, ni lo invoca en ningún momento». Job 27: 8-10. DHH
EN SU ESTADO DE INOCENCIA, el hombre y su mujer gozaban de completa comunión con Aquel «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3). Pero después de su caída no pudieron encontrar gozo en la santidad e intentaron ocultarse de la presencia de Dios. Ese es aún el estado del corazón que no ha sido regenerado. No está en armonía con Dios ni encuentra gozo en la comunión con él.
El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios; le desagradaría la compañía de los seres santos. Y si pudiera ser admitido en el cielo, no se sentiría feliz allí. El espíritu de amor abnegado que reina allí, donde todo corazón corresponde al Corazón del amor infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de bondad. Sus pensamientos, sus intereses y razones serían distintos délos que mueven a los moradores celestiales. Sería una nota discordante en la melodía del cielo, que sería para él un lugar de tortura. Ansiaría esconderse de la presencia de Aquel que es su luz y el centro de su gozo.
No es un decreto arbitrario por parte de Dios el que excluye del cielo a los pecadores contumaces. Ellos mismos se han cerrado las puertas por su propia ineptitud para la fraternidad que allí reina. La gloria de Dios sería para ellos fuego consumidor. Desearían ser destruidos a fin de ocultarse del rostro de Aquel que murió para salvarlos.— El camino a Cristo, cap. 2, pp. 26-27.
«Un día en tu templo es mejor que mil días en cualquier otro lugar. Preferiría ser el portero de la casa de mi Dios que vivir en la casa de un perverso». Salmo 84: 10, PDT
DEVOCIONAL ADVENTISTA
UNA RELIGIÓN RADIANTE
Reflexiones diarias para una vida cristiana feliz
Elena G. de White
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