3 de mayo | Devocional: La maravillosa gracia de Dios | En el Edén

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Génesis 3:15.

El pacto de la gracia se estableció primeramente con el hombre en el Edén, cuando después de la caída, se dio la promesa divina de que la simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza. Este pacto puso al alcance de todos los hombres el perdón y la ayuda de la gracia de Dios para obedecer en lo futuro mediante la fe en Cristo. También prometía la vida eterna si eran fieles a la ley de Dios. Así recibieron los patriarcas la esperanza de la salvación.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 340.

La ley de Dios existía antes de que el hombre fuera creado. Fue adaptada a las condiciones de seres santos: aun los ángeles eran gobernados por ella. No se cambiaron los principios de justicia después de la caída. Nada fue quitado de la ley. No podía mejorarse ninguno de sus santos preceptos. Y así como ha existido desde el comienzo, de la misma manera continuará existiendo por los siglos perpetuos de la eternidad.—Mensajes Selectos 1:257,258.

Después de la transgresión de Adán, los principios de la ley no fueron cambiados, sino que fueron definidamente ordenados y expresados para responder a las necesidades del hombre en su condición caída. Cristo, en consejo con su Padre, instituyó el sistema de ofrendas de sacrificio para que la muerte, en vez de recaer inmediatamente sobre el transgresor, fuera transferida a una víctima que prefiguraba la ofrenda, grande y perfecta, del Hijo de Dios… Mediante la sangre de esta víctima, el hombre veía por fe en el porvenir la sangre de Cristo que expiaría los pecados del mundo.—Ibid. 270.

La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia a sus preceptos… Por su propia obediencia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 47, 48.

DEVOCIONAL

LA MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS

Elena G. de White

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