29 de noviembre | La maravillosa gracia de Dios | Elena G. de White | Hijos de Dios
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 1 Juan 3:2.
“Amados, ahora somos hijos de Dios”. ¿Puede algún rango humano igualar a éste? ¿Qué lugar más destacado podríamos ocupar nosotros que ser llamados hijos del Dios infinito?—Testimonies for the Church 4:365.
¡Qué pensamiento más extraordinario, qué condescendencia inaudita, qué asombroso amor, que los hombres finitos puedan ser aliados del Omnipotente! “A los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12. “Amados, ahora somos hijos de Dios”. ¿Puede alguna honra mundanal igualarse a esto?
Representemos la vida cristiana como realmente es; hagamos que el camino sea alegre, invitador, interesante. Podremos hacerlo si lo deseamos. Podemos llenar nuestra mente con cuadros vívidos de las cosas espirituales y eternas, y al hacerlo así contribuir a que sean una realidad para otras mentes. La fe contempla a Jesús que permanece como nuestro Mediador a la diestra de Dios. La fe contempla las mansiones que ha ido a preparar para los que lo aman. La fe ve el manto y la corona preparados para el vencedor. La fe oye los cantos de los redimidos, y acerca las glorias eternas. Debemos acercarnos a Jesús en amorosa obediencia, si queremos ver al Rey en su hermosura.—La Temperancia, 189.
Tener comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo equivale a ser ennoblecido y elevado, hecho partícipe de indecibles goces y plenitud de gloria. El alimento, la ropa, la condición y la riqueza pueden tener su valor; pero tener relación con Dios y ser participante de su naturaleza divina es de valor inapreciable. Nuestras vidas deberían estar escondidas con Cristo en Dios; y aunque todavía no se manifieste “lo que hemos de ser”, “cuando Cristo” nuestra “vida se manifieste” (Colosenses 3:4), “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. La principesca dignidad del carácter cristiano resplandecerá como el sol, y los rayos de luz que emanan del rostro de Cristo se reflejarán sobre los que se han purificado a sí mismos así como él es puro. El privilegio de llegar a ser hijos de Dios se consigue a bajo precio, aunque sacrifiquemos todo lo que poseamos, hasta la vida misma.—Testimonies for the Church 4:357.
DEVOCIONAL LA MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS
Elena G. de White
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