22  de enero | Devocional: Nuestra Elevada Vocación | Nunca ausentes de la mente de Dios

Echando toda vuestra solicitud en él, porque él tiene cuidado de vosotros. 1 Pedro 5:7.

Cristo nos pide que contemplemos las obras de sus manos para ampliar nuestra visión de la bondad de Dios. El nos dice: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?”. Mateo 6:26.

Aunque los hombres y las mujeres han pecado lastimosamente, no han sido olvidados. La mano que sostiene el mundo, sostiene y fortalece al más débil de sus hijos. El gran Artista Maestro, cuya habilidad está infinitamente por encima de la habilidad de cualquier ser humano, que le da al lirio del campo sus delicados y hermosos tonos, cuida al pequeño gorrión. Ninguno cae a tierra sin que él lo advierta.

Si a la flor se le da una belleza que sobrepasa la gloria de Salomón, ¿cuál puede ser la medida de la estima en que Dios coloca a su herencia adquirida? Cristo nos señala el cuidado que tiene con las cosas que mueren en un día para mostrarnos cuánto amor debe tener Dios por los seres creados a su propia imagen. … El abre delante de nosotros el volumen de la providencia y nos pide que contemplemos los nombres escritos en él. En este volumen cada ser humano tiene una página, en la cual están escritos los acontecimientos de la historia de su vida. Y estos nombres nunca están ausentes, ni por un momento, de la mente de Dios. Realmente es admirable el amor y el cuidado que Dios tiene por los seres que ha creado….

Para salvar a las almas de los seres humanos que perecían, él presentó un don de tanta magnitud que nunca pudiera decirse que Dios habría podido realizar una donación mayor para la familia humana. Su don desafía todo cálculo. Dios hizo todo esto para que el hombre se impregnara con el amor y la benevolencia divinos. Así les aseguraría a los pecadores que los pecados de la mayor magnitud pueden ser perdonados, si el transgresor busca el perdón, y se entrega a sí mismo en cuerpo, en alma y en espíritu, para ser transformado por la gracia de Dios, y cambiado a su semejanza.

Dios ha derramado todo el tesoro del cielo en bien del hombre, y en cambio espera y pide todos nuestros afectos.—Carta 79, 1900, pp. 8-11.

DEVOCIONAL: NUESTRA ELEVADA VOCACIÓN

Elena G. de White

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Devocional

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