20 de diciembre | Exaltad a Jesús | Elena G. de White | Velad y orad

Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Marcos 13:33.

“Mirad, velad y orad”, fueron las palabras que el Salvador habló con referencia al tiempo del fin y su segunda venida para llevar a sus hijos fieles a casa.

En primer lugar hay que velar. Velar, para no hablar a la ligera, en forma quejosa o impaciente. Velen, no sea que el orgullo halle cabida en su corazón. Velen, para que no los venzan las pasiones malignas, en lugar de que ustedes las subyuguen. Velen, para que no los sobrecoja un espíritu de indiferencia, y descuiden el cumplimiento de sus deberes y se transformen en personas livianas y descuidadas, y su influencia llegue a tener sabor de muerte, en lugar de sabor de vida.

En segundo lugar, hay que orar. Jesús no nos habría encargado que lo hiciéramos, si no se hubiera tratado de una necesidad real. El sabe perfectamente bien que nosotros, por nuestra propia cuenta, somos incapaces de vencer las muchas tentaciones del enemigo, o de descubrir las muchas trampas que coloca para nuestros pies. El Señor no lo ha abandonado para que se defienda solo; ha provisto una manera por medio de la cual puede obtener ayuda. Por esa razón le pide que ore.

Orar correctamente consiste en pedirle a Dios con fe las cosas que se necesitan. Vaya a su cuarto, o a cualquier otro lugar privado, y pídale a su Padre que lo ayude, en el nombre de Jesús. Hay poder en la oración que procede de un corazón convencido de su propia debilidad, y que sin embargo anhela fervientemente la fortaleza que proviene de Dios. La oración ferviente será escuchada y atendida. Acuda a Dios, porque él es fuerte y se complace en escuchar las oraciones de sus hijos, y aunque puede ser que usted se sienta muy débil y a veces se vea abrumado por el enemigo, porque ha descuidado la primera orden del Salvador, de velar, sin embargo no abandone la lucha. Realice esfuerzos más decididos que antes. No desmaye. Arrójese a los pies de Jesús, quien también fue tentado y sabe cómo socorrer a los que son tentados. Confiésele sus faltas, sus debilidades, y dígale que necesita ayuda para vencer, o que de lo contrario perecerá. Y cuando pida, debe creer que Dios lo escuchará… Dios le ayudará. Los ángeles velarán sobre usted.

Pero antes de recibir esta ayuda, usted debe hacer lo que esté de su parte. Vele y ore. Que sus oraciones sean fervientes. Que el lenguaje de su corazón sea éste: “No te dejaré, si no me bendices”. Tenga un tiempo definido para orar, por lo menos tres veces por día. Daniel oraba a Dios mañana, tarde y noche, haciendo caso omiso del decreto real, y del temido foso de los leones. No tenía vergüenza ni temor de orar, sino que con sus ventanas abiertas oraba tres veces al día. ¿Olvidó Dios a su siervo fiel cuando lo echaron en el foso de los leones? Oh, no. Estuvo con él allí la noche entera. Cerró la boca de los leones hambrientos y estos no le pudieron hacer daño al hombre devoto de Dios.—The Youth’s Instructor, marzo de 1856.

 

DEVOCIONAL ADVENTISTA

EXALTAD A JESÚS

Elena G. de White

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