2 de Octubre | La maravillosa gracia de Dios | Elena G. de White | Orden divino en el crecimiento
Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Marcos 4:28.
Aquel que dio esta parábola creó la semillita, le dio sus propiedades vitales, y ordenó las leyes que rigen su crecimiento. Y las verdades que enseña la parábola se convirtieron en una viviente realidad en la vida de Cristo. Tanto en su naturaleza física como en la espiritual él siguió el orden divino del crecimiento ilustrado por la planta, así como desea que todos los jóvenes lo hagan… En la niñez hizo las obras de un niño obediente… Pero en cada etapa de su desarrollo era perfecto, con la sencilla y natural gracia de una vida exenta de pecado.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 70, 71.
La parábola de la semilla revela que Dios obra en la naturaleza… Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos… Cada semilla crece, cada planta se desarrolla por el poder de Dios…
La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiritual, y el desarrollo de la planta es una bella figura del crecimiento cristiano. Como en la naturaleza, así también en la gracia, no puede haber vida sin crecimiento. La planta debe crecer o morir. Así como su crecimiento es silencioso e imperceptible, pero continuo, así es el desarrollo de la vida cristiana. En cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo. La santificación es la obra de toda la vida. Con la multiplicación de nuestras oportunidades, aumentará nuestra experiencia y se acrecentará nuestro conocimiento. Llegaremos a ser fuertes para llevar responsabilidades, y nuestra madurez estará en relación con nuestros privilegios.
La planta crece al recibir lo que Dios ha provisto para sustentar su vida. Hace penetrar sus raíces en la tierra. Absorbe la luz del sol, el rocío y la lluvia. Recibe las propiedades vitalizadoras del aire. Así el cristiano ha de crecer cooperando con los agentes divinos.—Ibid. 46, 50.
DEVOCIONAL LA MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS
Elena G. de White
(1303)