15 de agosto | La maravillosa gracia de Dios | Elena G. de White | Participantes de la naturaleza de Cristo
Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. 2 Pedro 1:4.
¡Qué belleza de carácter resplandecía en la vida diaria de Cristo! Hay que hacer una gran obra para conformar el carácter a la semejanza divina. La gracia de Cristo debe moldear todo el ser, y su triunfo no estará completo hasta que el universo celestial sea testigo de una ternura habitual de los sentimientos, de un amor como el de Cristo y de obras santas en el comportamiento de los hijos de Dios.—A Fin de Conocerle, 202.
Toda persona debe adquirir experiencia por sí misma. Nadie puede depender para la salvación de la experiencia o la práctica de algún otro. Cada uno de nosotros debe llegar a conocer a Cristo con el propósito de representarlo apropiadamente ante el mundo. “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. 2 Pedro 1:3. Ninguno de nosotros necesita disculpar su temperamento rápido, su carácter deformado, su egoísmo, envidia, celos, o cualquier impureza del alma, el cuerpo o el espíritu…
Debemos aprender de Cristo. Debemos conocer qué es él para los que ha redimido. Debemos comprender que por medio de la fe en él tenemos el privilegio de ser participantes de la naturaleza divina y escapar de este modo de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia. Entonces seremos limpios de todo pecado, de todos los defectos del carácter. No necesitamos retener ninguna inclinación pecaminosa…
Al participar de la naturaleza divina, las tendencias hacia el mal, heredadas y cultivadas, son extirpadas del carácter, y nos convertimos en un poder viviente para el bien. Al aprender cada día del divino Maestro, al participar de su naturaleza, colaboramos con Dios al vencer las tentaciones de Satanás. Dios obra y el hombre obra para que podamos ser uno con Cristo, tal como Cristo es uno con Dios.—The Review and Herald, 24 de abril de 1900.
DEVOCIONAL LA MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS
Elena G. de White
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