13 de Octubre | Exaltad a Jesús | Elena G. de White | La verdad triunfará

Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Juan 14:30.

Como Redentor del mundo, Cristo arrostraba constantemente lo que parecía ser el fracaso. El, el mensajero de misericordia en nuestro mundo, parecía realizar sólo una pequeña parte de la obra elevadora y salvadora que anhelaba hacer. Las influencias satánicas estaban obrando constantemente para oponerse a su avance. Pero no quiso desanimarse. Por la profecía de Isaías declara: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mi fortaleza; mas mi juicio está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios… Bien que Israel no se juntará, con todo, estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fortaleza”. A Cristo se dirige la promesa: “Así ha dicho Jehová, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las gentes… Así dijo Jehová:… guardarte he, y te daré por alianza del pueblo, para que levantes la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Manifestaos… No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manaderos de aguas”. Isaías 49:4-5, 7-10.

Jesús confió en esta palabra, y no dio a Satanás ventaja alguna. Cuando iba a dar los últimos pasos en su humillación, cuando estaba por rodear su alma la tristeza más profunda, dijo a sus discípulos: “Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí”. “El príncipe de este mundo es juzgado”. Ahora será echado. Juan 14:30; 16:11; 12:31. Con ojo profético, Cristo vio las escenas que iban a desarrollarse en su último gran conflicto. Sabía que cuando exclamase: “Consumado es”, todo el cielo triunfaría. Su oído percibió la lejana música y los gritos de victoria en los atrios celestiales. El sabía que el toque de muerte del imperio de Satanás resonaría entonces, y que el nombre de Cristo sería pregonado de un mundo al otro por todo el universo.

Cristo se regocijó de que podía hacer más en favor de sus discípulos de lo que ellos podían pedir o pensar. Habló con seguridad sabiendo que se había promulgado un decreto todopoderoso antes que el mundo fuese creado. Sabía que la verdad, armada con la omnipotencia del Espíritu Santo, vencería en la contienda con el mal; y que el estandarte manchado de sangre ondearía triunfantemente sobre sus seguidores. Sabía que la vida de los discípulos que confiasen en él sería como la suya, una serie de victorias sin interrupción, no vistas como tales aquí, pero reconocidas así en el gran más allá.—El Deseado de Todas las Gentes, 633-634.

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