11 de enero | Devocional: La maravillosa gracia de Dios | Establecido mediante la muerte de Cristo

Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. 1 Pedro 2:24.

En el momento mismo en que [los discípulos de Cristo] esperaban ver a su Señor ascender al trono de David, le vieron aprehendido como un malhechor, azotado, escarnecido y condenado, y elevado en la cruz del Calvario…

Lo que los discípulos habían anunciado en nombre de su Señor, era exacto en todo sentido, y los acontecimientos predichos estaban realizándose en ese mismo momento. “Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios” (Marcos 1:15), había sido el mensaje de ellos… Y el “reino de Dios” que habían declarado estar próximo, fue establecido por la muerte de Cristo. Este reino no era un imperio terrenal como se les había enseñado a creer. No era tampoco el reino venidero… ese reino eterno en que “todos los dominios le servirán y le obedecerán a él”. Daniel 7:27 (VM). La expresión “reino de Dios”, tal cual la emplea la Biblia, significa tanto el reino de la gracia como el de la gloria…

El reino de la gracia fue instituido inmediatamente después de la caída del hombre… Sin embargo, no fue establecido en realidad hasta la muerte de Cristo. Aun después de haber iniciado su misión terrenal, el Salvador… habría podido retroceder ante el sacrificio del Calvario. En Getsemaní la copa del dolor le tembló en la mano. Aun entonces, hubiera podido enjugar el sudor de sangre de su frente y dejar que la raza culpable pereciese en su iniquidad… Pero cuando el Salvador hubo rendido la vida y exclamado en su último aliento: “Consumado es”, entonces el cumplimiento del plan de la redención quedó asegurado. La promesa de salvación hecha a la pareja culpable en el Edén quedó ratificada. El reino de la gracia, que hasta entonces existiera por la promesa de Dios, quedó establecido.

Así, la muerte de Cristo—el acontecimiento mismo que los discípulos habían considerado como la ruina final de sus esperanzas—fue lo que las aseguró para siempre.—El Conflicto de los Siglos, 393-396.

 

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DEVOCIONAL

LA MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS

Elena G. de White

(989)

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