1 de agosto – Hijos e Hijas de Dios – Elena G. de White
Nos gloriamos en la cruz de Cristo
«Era la hora tercera cuando lo crucificaron». Marcos 15: 25
EL INMACULADO HIJO DE DIOS pendía de la cruz con su cuerpo lacerado por los azotes. Aquellas manos, que tantas veces se habían extendido para bendecir, estaban clavadas en el madero; aquellos pies, tan incansables en su ministerio de amor, también allí clavados; la regia cabeza torturada por la corona de espinas. Sus labios temblorosos expresaban el clamor del dolor. Y todo lo que sufrió, las gotas de sangre que cayeron de su cabeza, sus manos, sus pies, la agonía que torturó su cuerpo, y la inefable angustia que llenó su alma al ocultarse el rostro de su Padre, nos dice a todos: Por ti acepta el Hijo de Dios llevar esta carga de culpabilidad; por ti despoja de su dominio a la muerte y te abre las puertas del paraíso.
El que calmó las airadas olas y que anduvo sobre la cresta espumosa de ellas, el que hizo temblar a los demonios y huir a la enfermedad, el que abrió los ojos de los ciegos y devolvió la vida a los muertos, se ofrece como sacrificio en la cruz, y todo ello por amor a ti. El, en expiación por el pecado, soporta la ira de la justicia divina, haciéndose por mi causa pecado.
En silencio, los espectadores miraron el fin de la espantosa escena. El sol resplandecía; pero la cruz estaba rodeada de tinieblas. Los sacerdotes y los dirigentes del pueblo miraban hacia Jerusalén; y pudieron ver los espesos nubarrones que se habían asentado sobre la ciudad y las llanuras de Judea. El Sol de justicia, la Luz del mundo, retiraba sus rayos de Jerusalén, la que una vez fuera la ciudad favorecida. Los fieros rayos de la ira de Dios iban dirigidos contra la ciudad condenada.— El Deseado de todas las gentes, cap. 78, pp. 715-716.
DEVOCIONAL HIJOS E HIJAS DE DIOS
Elena G. de White
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