8 de diciembre | Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | Venciendo el mundo por la fe

«Pues este es el amor a Dios: que obedezcamos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son difíciles de cumplir. Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?». 1 Juan 5:3-5, RVC

SATANAS PRESENTA HOY las mismas tentaciones que presentó a Cristo, nos ofrece los reinos de este mundo a cambio de nuestra adoración a él. Pero las tentaciones de Satanás no tienen poder sobre aquellos que consideran a Jesús el «origen y plenitud de nuestra fe» (Heb. 12: 2, LPH). Ningún demonio puede hacer pecar a quien acepta por fe las virtudes de Aquel «que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4: 15).
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). El que se arrepiente de su pecado y acepta el don de la vida del Hijo de Dios, no puede ser derrotado. Aferrándose por fe a la naturaleza divina llega a ser un hijo de Dios. Ora y confía. Cuando es tentado y probado, reclama el poder que da Cristo en virtud de su muerte, y vence por medio de su gracia. Todo pecador tiene que aceptar que debe arrepentirse de su pecado y creer en el poder de Cristo, y aceptar ese poder que nos salva y nos protege del pecado.— Review and Herald, 28 de enero de 1955.
Los cristianos no pueden conservar sus hábitos pecaminosos y acariciar sus defectos de carácter, sino que han de permitir «que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar» (Rom. 12: 2, NTV).
Cualquiera que sea el origen o la naturaleza de nuestros defectos, el Espíritu del Señor nos capacitará para percibirlos, y se nos dará gracia para que puedan ser vencidos. Por medio de los méritos de la sangre de Cristo nosotros podemos ser vencedores, sí, «más que vencedores por medio de Aquel que nos amó» (Rom. 8: 37). […] El cielo es de mayor valor para nosotros que cualquier otra cosa, y si perdemos el cielo, hemos perdido todo.— Manuscrito 51, no fechado.

DEVOCIONAL HIJOS E HIJAS DE DIOS
Elena G. de White

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