25 de diciembre | Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | Autoridad sobre las naciones

«Al que salga vencedor y cumpla hasta el final con lo que yo mando, le daré autoridad sobre las naciones, la misma que he recibido de mi Padre. Y gobernará a las naciones con cetro de hierro, y las despedazará como a un vaso de alfarero. Además, le daré la estrella de la mañana». Apocalipsis 2: 26-28, RVC

Fue NUESTRO SEÑOR MISMO quien prometió a sus discípulos: «Si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén» (Juan 14: 3, RVC). El compasivo Salvador fue quien, previendo el abandono y el dolor de sus discípulos, encargó a los ángeles que los consolaran con la seguridad de que volvería en persona, como había subido al cielo.
«Y mientras miraban fijamente al cielo, viendo cómo Jesús se alejaba, dos hombres vestidos de blanco se aparecieron junto a ellos y les dijeron: “Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo? Este mismo Jesús que estuvo entre ustedes y que ha sido llevado al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse allá”» (Hech. 1: 11, DHH).
El mensaje de los ángeles reavivó la esperanza de los discípulos. «Ellos, después de haberlo adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios» (Luc. 24: 52-53). No se alegraban de que Jesús se hubiera separado de ellos ni de que hubieran sido dejados para luchar con las pruebas y tentaciones del mundo, sino porque los ángeles les habían asegurado que él regresaría.
La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora tal como la que fue hecha por los ángeles a los pastores de Belén, es decir, «una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos» (Luc. 2: 9, DHH). Los que aman verdaderamente al Salvador no pueden menos que recibir con aclamaciones de alegría el anunció registrado en la Palabra de Dios de que Aquel en quien se concentran sus esperanzas para la vida eterna volverá, no para ser insultado, despreciado y rechazado como en su primera venida, sino en gloria y majestad, para redimir a su pueblo.— El conflicto de los siglos, cap. 19, pp. 338-339.

DEVOCIONAL HIJOS E HIJAS DE DIOS
Elena G. de White

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