20 de agosto | Ser Semejante a Jesús | Elena G. de White

En la naturaleza, a los objetos valiosos se los poda o refina

He aquí que te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Isaías 48:10.

El fuego del horno no es para destruir, sino para refinar, ennoblecer, santificar.
Sin estas pruebas no sentiríamos tanto nuestra necesidad de Dios y de su ayuda.
Nos volveríamos orgullosos y autosuficientes. En las aflicciones que nos sobrevienen deberíamos ver las evidencias de que el ojo del Señor está sobre nosotros, y que se propone atraernos hacia él. No son los sanos, sino los enfermos, los que tienen necesidad de médico; los que se sienten abrumados más allá del límite de tolerancia necesitan un Ayudador.
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor ve en nosotros algo muy precioso, el cual desea desarrollar. Si no viese en nosotros algo que puede glorificar su nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en podar zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él purifica es mineral valioso.
El herrero pone el hierro y el acero en el fuego para saber qué clase de metal es. El Señor permite que sus escogidos sean puestos en el horno de la aflicción con el fin de ver cuál es su temple, y si podrá moldearlos para su obra.
Es posible que sea necesario realizar mucho trabajo en la formación de su carácter, y que usted sea una piedra tosca que debe ser cortada en perfecta escuadra y pulida antes que pueda ocupar un lugar en el templo de Dios. No necesita sorprenderse si con martillo y cincel Dios corta las aristas agudas de su carácter, hasta que usted esté preparado para ocupar el lugar que él le reserva. Ningún ser humano puede realizar esta obra. Únicamente Dios puede hacerla. Y tenga usted la seguridad de que él no asestará un solo golpe inútil. Da cada uno de sus golpes con amor, para su felicidad eterna. Conoce sus flaquezas y obra para curar y no para destruir.
Cuando sobrevienen pruebas que parecen inexplicables, no debemos permitir que se eche a perder nuestra paz. No importa cuán injustamente podamos ser tratados, no permitamos que surja la pasión. Al ceder a un espíritu de represalia, nos perjudicamos a nosotros mismos. Destruimos nuestra confianza en Dios y contristamos al Espíritu Santo. Está a nuestro lado un testigo, un mensajero celestial, que levantará por nosotros una bandera contra el enemigo. Nos rodeará con los rayos brillantes del Sol de justicia. Más allá de eso, Satanás no puede penetrar. No puede pasar este escudo de luz santa.—The Signs of the Times, 18 de agosto de 1909. Ver también Joyas de los testimonios 3:194, 204.

DEVOCIONAL: SER SEMEJANTE A JESÚS
Elena G. de White

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