17 de noviembre | Una religión radiante | Elena G. de White | La expresión del principio del amor
«Me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado». Salmo 119: 47
NO HAY EN LA LEY ningún mandamiento que no sea para el bienestar y la felicidad de los seres humanos, tanto en esta vida como en la venidera. Al obedecer la ley de Dios, el creyente queda rodeado por un muro que lo protege del mal. […]
La ley dada en el Sinaí es la expresión del principio del amor, una revelación hecha a la humanidad de la ley celestial. Fue promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones humanos armonizaran con los principios divinos, y transmitida por la mano de un mediador. El señor había revelado el propósito de la ley al declarar a Israel: «Ustedes serán mi pueblo santo» (Éxo. 22: 31, NVI). […]
La promesa del nuevo pacto es: «Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente» (Heb. 10:16, NVI). Es cierto que con la muerte de Cristo iba a desaparecer el sistema de los símbolos que señalaban a Cristo como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29). Sin embargo, los principios de justicia que presenta el Decálogo son tan inmutables como el trono eterno. No se ha suprimido un mandamiento, «ni una jota ni una tilde» (Mat 5:18) ha sido cambiada. Estos principios que fueron comunicados a la humanidad en el paraíso perdido como la ley suprema de la vida, seguirán presentes íntegramente en el paraíso restaurado. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 3, pp. 85-88, adaptado.
«Por eso, éste será mi nuevo pacto con el pueblo de Israel: haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su vida». Hebreos 10: 16, TIA
DEVOCIONAL ADVENTISTA
UNA RELIGIÓN RADIANTE
Reflexiones diarias para una vida cristiana feliz
Elena G. de White
(860)